El mayor gasto en Defensa exige a la UE deuda común y congelar las reglas fiscales
- Los Estados miembro afrontan esa carga extra con sus cuentas públicas muy desequilibradas
- Bruselas valora también usar el BEI, el fondo de rescate o un rediseño de los ‘Next Generation’
El empuje del gasto en defensa se coloca en el ojo del huracán de los grandes debates que afronta la UE. La invasión militar rusa de Ucrania obligaba al bloque comunitario a replantearse el proyecto de paz que veía la luz tras la segunda Guerra Mundial. El contexto geopolítico ha presionado a los países para romper los tabúes sobre una inversión en el ámbito militar que la Comisión Europea estima en 500.000 millones de euros para la próxima década. En un momento en el que las economías del euro se encuentran tocadas tras el golpe de la pandemia y los elevados niveles de deuda arrojan más incógnitas que certezas, la UE explora una nueva emisión de deuda conjunta y la suspensión, de nuevo, de las reglas fiscales para aupar el tan necesario gasto en defensa.
Si el debate sobre la financiación militar estaba de fondo desde que empezó la guerra de Ucrania, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y el seísmo que ha generado en la gestión del conflicto deja al bloque con una sensación de premura y sin más opciones que actuar. Lo esencial es que la UE trace un plan que le permita impulsar el gasto en defensa y mejorar su autonomía estratégica en este ámbito. Sobre la mesa hay ya varias opciones y Bruselas tendrá que ingeniárselas para encontrar la mejor combinación: la emisión de deuda conjunta a través de eurobonos, la suspensión de las reglas fiscales a nivel nacional, redirigir fondos Next Generation, utilizar líneas de crédito del fondo de rescate, canalizar financiación del Banco Europeo de Inversiones o añadir partidas adicionales al presupuesto de la UE.
La UE tiene sobre la mesa una conversación complicada: primero por quién difiere entre que el gasto debe ser nacional o europeo pero también por quién considera que la política de defensa debe arraigarse en los Gobiernos y no a nivel comunitario, como pide Grecia. La divergencia de ópticas. La tradicional fractura entre norte y sur se vuelve a hacer patente al hablar de financiación, aunque esta vez se evidencia también una división entre la premura de la amenaza que experimentan los países del este y la distancia con esta perspectiva de los más alejados del conflicto.
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